lunes, 2 de agosto de 2010

UN QUITE A LA FIESTA NACIONAL

Sigo fiel a mi línea en defensa de las raíces culturales españolas, pues siempre he prestado especial atención a las tradiciones españolas, como ya dejé claro en un artículo anterior titulado "tradiciones". El toreo constituye en sí misma un arte que utiliza como parte fundamental a un animal bravo pero a la vez noble para crear belleza y emoción. Como dice Salvador de Madariaga, “en las corridas de toros se participa de todas las artes"

La Tauromaquia ha inspirado desde sus comienzos conocidos obras inolvidables a multitud de artistas, desde desconocidos que imprimieron en lienzos y papel obras anónimas, a artistas de la talla de Goya y Picasso; Rafael Alberti y Federico García Lorca; Orson Welles y Ernest Hemingway; Miguel Hernández y Ramón Pérez de Ayala y Miquel Barceló; poetas, novelistas, dramaturgos, pintores, escultores, músicos, directores de cine, etc.

El toro bravo es un bellísimo animal que, sin duda, desaparecería si no existiera la Fiesta. Como resaltó Su Majestad el Rey Don Juan Carlos, los ganaderos son “los mantenedores de la pureza de la raza brava española”. Es indiscutible el valor ecológico de la Tauromaquia pues ha permitido la conservación de miles de hectáreas de dehesas.

Supone también una importante actividad económica, se ha estimado que la Fiesta da hoy de comer a más de doscientas mil personas y genera un volumen de dinero anual cercano a los dos mil quinientos millones de euros. Sin ella, no cabe imaginar las ferias y fiestas de innumerables ciudades y pueblos de España.

Posee hoy la Fiesta una trascendencia internacional, ya que es uno de los vínculos que nos une con Francia, Portugal y muchos países hispanoamericanos. A la vez, en todo el mundo se la reconoce como una seña de identidad de la cultura española. Una fiesta que ha ido siempre unida a la historia de España, que expresa las circunstancias de cada momento y la psicología del pueblo español.

El lenguaje taurino ha servido para la comunicación diaria y muchos términos y metáforas impregnan el lenguaje coloquial de los españoles, sean o no aficionados. Tal vez, es hora de coger el toro por los cuernos y proclamar que los toros no han sido nunca patrimonio de una región, una ideología, una clase social o un nivel económico, como quieren catalogar, es una Fiesta verdaderamente popular, en la que libremente participan aficionados de todos los sectores.

Pan y Toros era una frase utilizada a principios del siglo XX, para indicar cómo se podía dar satisfacción a las necesidades de todas las clases populares españolas, por un lado aliviando el hambre o la carencia de alimentos existente y por otro haciendo participar a la sociedad de su divertimento preferido, la fiesta de los toros. Pues bien hoy por hoy notamos carencia de pan por circunstancias ajenas a nuestras voluntades y empezamos a quedarnos sin toros por las voluntades de un puñado de insolidarios antisistema.

Entre todos tenemos que indultar a la tauromaquia de los abolicionistas antitaurinos, el perdón es una señal autorreivindicativa de los aficionados, dispuestos a mostrar la cara más generosa y radiante de la lidia. Y en su primera tarde en el corredor de la muerte política y administrativa, la fiesta de los toros tiene que mostrar su perfil menos cruel y retratarse para la foto simbólica de la historia en su mayor sensibilidad, arte y nobleza. Condenados a la desaparición que marca el reloj del tiempo, los taurinos deberán buscar el indulto a su fiesta como busca la vida un toro "negro de capa".

Y como apuntilló Cervantes: "Ea, canalla -respondió don Quijote-, para mí no hay toros que valgan, aunque sean los más bravos que cría Jarama en sus riveras. Confesad, malandrines, así a carga cerrada, que es verdad lo que yo aquí he publicado; si no conmigo sois en batalla", así quisiera yo decirle a los antitarinos catalanes, - Ea, ya tenéis lo que queríais, ahora dejadnos en paz al resto de España, sino nos tendremos que ver en la "batalla", claro esta, de juzgados y tribunales.